miércoles, 28 de julio de 2010

RECIÉN NACIDO

De entre todas las historias que me relataste me quedé con la del pianista. La contabas con tanta vehemencia, que nunca dudé que fue cierta. Para ti fue así. Y yo lo viví a través de tus ojos. Y todavía hoy, se alza ante mí Sofie, o como quiera que se llamase.

Y me dijiste y digo que



....no me gusta la música clásica. Chopin me suena a nombre de payaso de circo. Y Litsz me recuerda a una estación de metro. Sinceramente no he escuchado nunca un minuto seguido más allá del comienzo de Star wars. Quizá por eso, por esa falta de sensibilidad hacia la belleza (¿?) viví el episodio más enigmático en mi tediosa vida. Un episodio que todavía no logro comprender.

....Tenía diecinueve años. Por aquella época no tenía ni oficio ni beneficio. No trabajaba, tampoco estudiaba. Y pasaba el tiempo sopesando la manera de no hacerlo nunca. Estaba perdido y lo sabía.

Por casa tenían la costumbre de pasar todo tipo de individuos, invitados por mis padres. Mi padre había sido diplomático en varios países. Mi madre tenía gusto por lo exotérico. De tal manera que por casa lo mismo pasaban políticos de provincias que chamanes bolivianos con sus rituales interminables, actores de reciente éxito, gente de la radio, subdirectores de bancos. Todos atraídos por el dinero de mi madre y por la característica capacidad de seducción de mi padre, rayana en la histeria. Acostumbrado a todo tipo de personajes pintorescos no me extrañó que aquellas vacaciones de verano, mis padres invitaran unos días a Gregory Sokolov, un pianista de renombre como pude saber después. Un individuo de cabeza desproporcionadamente grande para su menudo cuerpo, de unos cincuenta años. El pelo blanco le nacía desde los lados de la cabeza, dándole la apariencia abombada de un champiñón. Con la intención de alimentar su vanidad, mi padre organizó varias encuentros aquellos días, con el indisimulado propósito de que Sokolov tuviera a bien atacar algunas notas y deleitar al resto de invitados. Sin embargo, transcurrida ya una semana de su estancia en casa. Sokolov no había puesto las manos sobre el piano. Ni una sola nota, ni fusa ni semifusa. Ni un pentagrama. Nada de lo que poder presumir. Sin embargo, en la última fiesta antes de dejarnos, -puesto que empezaba una gira por los EEUU-, se dio el caso de una joven que entusiasmada le insistía y le rogaba. Mi padre que hasta ese momento no había intervenido nunca respetando su negativa. Esta vez se permitió apoyar a la joven en su deseo. Sokolov se excusaba diciendo que estaba fatigado de sus últimos conciertos, y necesitaba descansar, pero algo en su actitud me hacía pensar que acabaría cediendo. Los encantos de la chica eran muchos, yo ya me había fijado. Quizá por eso, finalmente Sokolov se sentó delante del piano Steinway, que tantas veces había aporreado yo, a escondidas, siendo niño. De inmediato un corrillo de invitados se arremolinó alrededor, un rumor de admiración estalló como un tornado y algunos incluso se acomodaron, tomando asiento. Entre ellos la chica que logró convencerle. En mi cabeza, no sé por qué, me martilleaba un nombre. Imaginaba que se llamaba Sofie. Yo no soporto la música clásica, pero no podía apartar los ojos de la chica así que decidí que quizá convenía quedarse un rato. Sokolov comenzó a tocar de forma apasionada, yo no entendía nada. Por lo que oí decir era un preludio de un tal Rachmaninov. Posteriormente siguió con algo que me pareció triste y repetitivo. Debía estar haciéndolo bien, por lo que pude deducir de los rostros de los presentes. Después de varias piezas se oyeron aplausos rendidos, que el pianista extrañamente ignoró para comenzar otra pieza, y luego otra y otra. Después de más de media hora, mi padre aprovechó un silencio para hacer un gesto de agradecimiento que parecía querer decir que ya era suficiente, sin embargo el pianista continuaba, visiblemente congestionado. Los movimientos de sus dedos sobre el piano me resultaban hipnóticos. Tuve la sensación de que cada vez tocaba piezas más aceleradas. Era ya tarde. Algunas personas del público empezaron a retirarse discretamente y ahí es donde comenzó lo enigmático. Según los movimientos de las manos se hacían más vertiginosos y su cuerpo envuelto en sudor se retorcía sobre el piano, Sokolov iba rejuveneciendo. Era un fenómeno extraño, pero indudable y fascinante, ante mis ojos. Pasada la medianoche apenas quedaban 5 personas, y Sokolov aparentaba la edad de un joven apenas mayor que yo. Miré abiertamente a Sofie, me pareció más hermosa que nunca. Le hice un gesto de extrañeza. ¿Solamente yo estaba siendo testigo de esta metamorfosis? Sokolov apenas tendría ya, 14 años, y redoblaba su energía abalanzándose sobre las teclas, febril, como un corredor de fondo a punto de derrumbarse. Creo que mi mirada iba como un péndulo de Sofie al pianista y viceversa, y ella me pareció a esas horas ya una diosa. Se me nubló la vista. Creo que dormité. Me despertaron los sonidos especialmente atronadores que parecían salir de los brazos y la cabeza del pianista. Ya sólo quedábamos ella y yo y un niño de unos 6 años que con las piernas colgando del banco, trepando sobre las teclas deslizaba sus dedos a una velocidad que no me permitía siquiera seguirlas. Creo que quise decir algo, o quizás lo dije, quise preguntarle a Sofie su nombre o simplemente salir de allí. Sin embargo como en una especie de trance perdí el conocimiento hasta bien entrado el día siguiente. Desperté sobre la alfombra. Admiré el silencio. Levanté la cabeza. Un murmullo se hizo presente. Me paré a escuchar. Al fondo del pasillo junto a la puerta de entrada. Oí claramente a mi padre con su voz metálica y su risa socarrona. Los últimos invitados que se habían quedado a dormir se iban despidiendo. No volví a ver a Sokolov. Sofie fue la última en salir. Me decepcionó comprobar que no había ni rastro de la diosa que creí ver. Era una chica normalita. Fue la última. Y reconozco que corrí tras ella, y la vi alejarse con parsimonia, calle abajo, empujando con ambas manos un carrito de recién nacido.

4 comentarios:

  1. ¡Excelente!

    A mí también me ha pasado algo sorprendente. He empezado a leerlo con calma. Después, según me iba enganchando, he ido leyendo un poco más deprisa. Y a medida que el pianista toca piezas más aceleradas yo iba también acelerando mi lectura. Al final, mi ritmo era vertiginoso. Con la última frase me he sentido como si llegara a la meta de una excitante carrera.

    Te felicito.

    ResponderEliminar
  2. Magnífico relato, César.
    Y, oye, ¿crees que si toco "Chiquitita" con toda mi pasión podré volver a los venticinco? ¿Se alquila el piano por horas?
    Ejem...
    Sorry.
    De veras que me ha gustado mucho.

    ResponderEliminar
  3. si tocas chiquitita vuelves a los 3 años que a mi me suena de cuando era enano. Gracias a todos sois bondadosos y majos. Besos!

    ResponderEliminar

PAÍSES VISITADOS


visited 15 states (6.66%)
Create your own visited map of The World